La Fresneda, el personaje astral

El personaje astral


La foto y el dibujo la hemos sacado de la web del Ayuntamiento de La Fresneda


En un montículo contiguo a la ermita de Santa Bárbara se encuentra, cubierto por centenares de kilógramos de arena y materiales de construcción, esta joya del arte prehistórico: un personaje astral masculino.

Desconocemos su orientación espacial, pero, según testimonios, parece que la cabeza está orientada al Sur, posición similar al personaje astral de Valjuquera y la diosa-serpiente de Valderrobles.

Su longitud es de  unos 85 cm. Se nos presenta de nuevo la curiosidadde que es una longitud similar al personaje astral de Valjunquera y a la diosa-serpiente de Valderrobres. Esto nos hace pensar en alguna unidad de medida prehistórica que, además, tendría un significado sagrado.

En este sentido, varios autores han investigado la posibilidad de un “sistema métrico prehistórico”, llegando, por ejemplo, en Inglaterra, a la conclusión de la existencia de una “yarda megalítica” como unidad de medida. Estamos hablando del ingeniero Alexander Thom, que dice, tras 40 años de investigaciones, que todos los monumentos megalíticos de Inglaterra y muchos de España se han construido en base a esa unidad de medida. La yarda megalítica es de 82,9 cmLa datación se puede establecer en el Bronce Final: aproximadamente unos 1.000 años a.n.e.

Coincidimos con el análisis de Amador Rebullida, que fue su descubridor: “El surco vertical significa el eje del mundo atravesando el firmamento, figurado por el círculo abierto por su parte inferior. La revolución del conjunto está indicada por los brazos de la cruz, que tiene en sus extremos los siete astros móviles sobre el fondo de las estrellas fijas, separados en dos grupos: uno de tres elementos, Mercurio y Venus que nunca se apartan del Sol en su rotación; y el otro con los cuatro restantes, Marte, Júpiter, Saturno y la Luna, que recorren, cada uno según su velocidad, los distintos signos del Zodíaco. El círculo superior indica el giro de las estrellas circumpolares.” (Amador Rebullida, Astronomía y Religión en el Neolítico-Bronce, Ed. Egara 1988)

Como símbolo de una sociedad patriarcal, sus autores no se atrevieron a grabarlo en la montaña de Santa Bárbara, sede de la Diosa Madre desde varios milenios antes. Es un buen indicativo del influjo que tuvo sobre las gentes de la Prehistoria la montaña de Santa Bárbara, como centro de un culto matriarcal seguramente de toda la comarca.



Lo mismo podemos decir del gran menhir fálico ubicado al extremo opuesto, también contiguo a Santa Bárbara. En siglos posteriores, se construyó un cementerio adosado al menhir, del que éste haría de elemento de protección, según la creencia popular.

El menhir, al lado del cementerio de origen medieval. Al fondo, la montaña de Santa Bárbara



El paso a las sociedades patriarcales.

El que el Cosmos sea masculino nos indica que se ha producido un cambio de gran calado: el paso de la sociedad matriarcal a la sociedad patriarcal.

¿Cómo se ha producido ésto? En el Neolítico, a un cierto grado de desarrollo económico corresponde el fortalecimiento del papel del hombre frente al de la mujer y la aparición de la propiedad privada. Conforme crecen los ganados, es el hombre quien los cuida y no la mujer. Al crecimiento económico neolítico le es inherente la guerra entre tribus vecinas: para garantizar los pastos a ganados cada vez mayores; para aumentar las zonas de cultivo con que alimentar a una población en crecimiento; en una fase más avanzada, para tomar prisioneros de la tribu vecina y hacerles trabajar (origen del esclavismo) ante la falta de mano de obra ... Y las guerras las hacen normalmente los hombres y no las mujeres (hay excepciones, no obstante).

El botín de las guerras es lo primero que se apropian el jefe militar y sus ayudantes; el paso siguiente, basándose en la fuerza, es privatizar ganados y tierras de la propia tribu. El propio Aristóteles, en pleno desarrollo del Estado ateniense, dice que la guerra es una actividad económica más, junto a la agricultura o la ganadería.

El trabajo del hombre llega a ser, pues, mucho más productivo que el de la mujer. Se consolida así una aristocracia guerrera que llega a tener mucha más riqueza que el resto de la sociedad y detenta el poder político. La aristocracia guerrera va de la mano de la casta sacerdotal (a menudo puede ser la misma cosa), que justifica lo que está pasando con un sistema de creencias apropiado. De jefes militares elegidos para hechos de guerra puntuales y asambleas populares hemos pasado a jefes militares consolidados que, aunque en principio conviven con las asambleas militares (es la llamada “democracia militar”), las acabarán liquidando constiténdose en reyezuelos de su territorio. Conocemos figuras de la Antigüedad, como Abraham o Viriato, a lo que se les ha dado el título de “pastores”, lo que no quiere decir ejercieran tal oficio sino que eran propietarios de grandes cantidades de ganado, a la vez que detentaban el poder político y militar de su territorio. La gens griega que describe Homero es ya una gens con ciudades amuralladas, con guerras por las mejores tierras, con esclavos, con órganos de gobierno que van acaparando las aristocracias locales al frente de las que figura el “basileus” (casos de Ulises o Agamenón). Agamenón ataca Troya no como rey de Grecia, sino como cabeza de una coalición de ciudades griegas, cada una independiente, que guarda su especificidad hasta en el campo de batalla, donde no se mezclan unas con otras.

Cuando ésto sucede, el derecho matriarcal y el papel relevante de la mujer en la sociedad están heridos de muerte. Es la gran derrota, con mayúsculas, de la mujer en la Historia de la Humanidad. La Grecia de los tiempos heroicos es un fiel reflejo de este proceso (la Iliada y la Odisea dan ejemplos abundantes de la derrota del matriarcado) y la Grecia clásica es plenamente patriarcal.

Consolidar una aristocracia por encima del resto de la sociedad exige que la herencia se haga por vía paterna. La mujer se "privatiza" y pasa a ser una servidora más del hombre. Ha pasado de tener un papel social e igualitario a tener un papel privado y subordinado. Se trata de garantizar la reproducción de esa aristocracia masculina. Las familias son comunidades donde, bajo el mismo techo, viven varias generaciones con el padre como jefe dominante.

Lo que conocemos como "Edad del Bronce" no es más que el momento de desarrollo de las sociedades de Europa Occidental y Oriente Medio en el que se afirma el dominio del hombre sobre la mujer, la propiedad privada y el dominio político de aristocracias que pueden dar lugar a formas más o menos evolucionadas de Estados.

Aristóteles, el gran pensador occidental, nos da una definición de la mujer que no tiene desperdicio. “”Al igual que los hijos de padres mutilados nacen unas veces mutilados y otras no, también los hijos nacidos de mujer son a veces mujeres y otras, en cambio, varones. La mujer es, y ha sido siempre, un varón mutilado, y la catatemia [definida por Aristóteles como la “carga femenina” aportada a la procreación] es semen sólo que no en estado puro; hay una sola cosa que no se puede encontrar en ellas: el principio del ánima” (P.Rodríguez, Dios nació mujer, Ediciones BSA 2000)

El personaje astral de Valjunquera nos ilustra de que este gran cambio también se ha producido en la sociedad prehistórica del Matarraña.

La mujer y toda la simbología de las sociedades matriarcales son demonizados. “”Así se hizo, por ejemplo, con las terribles Gorgonas –con su cabeza cubierta con amenazadoras serpientes (el símbolo de la Diosa) a modo de cabellera, largos colmillos y ojos enormes- , que no fueron sino diosas favorables en su origen. Las Gorgonas o Furias derivaron de Gea, la Diosa Madre Tierra, y conformaron una trinidad de hermanas identificada con la diosa Luna, cuyos nombres fueron Medusa –que significa Sabiduría-, Esteno –Fortaleza- y Euríale –Universalidad-, conceptos muy alejados, todos ellos, de los seres monstruosos en que las convirtieron finalmente los griegos.

“(…) La imagen del héroe matando al dragón o la serpiente, impuesta desde Oriente, llegó hasta nuestra cultura religiosa actual como un símbolo de la victoria de la luz y lo masculino sobre las tinieblas y lo femenino. En el mismo sentido la demonización de la Diosa y lo femenino cabe ver el conocido relato bíblico de Eva. La iconografía de la escena, con mujer activa y soberana de sí misma, junto a un árbol –que en este caso es “el del conocimiento”- y una serpiente, resulta una burda y eficaz degradación del mito original –con Diosa. “árbol de la vida” y esperanza de regeneración (serpiente) gracias a lo femenino- que pervivió su significado alegórico con el fin de denigrar todo lo femenino. “(P.Rodríguez, Dios nació mujer, Ediciones BSA 2000)

“Es fundamental observar cómo Zeus u otros olímpicos (Heracles, Apolo, Hermes y, por supuesto, Dionisio) y héroes como Teseo o Kadmos aparecen originariamente en Creta como meros demonios de la fertilidad al servicio de la Gran Madre (Demeter). Como muestra el llamado “Himno a los Kouretes”, Zeus no es en Creta más que un kouros, o sea un “cura”, sacerdote o sirviente de la Diosa Madre, un iniciado en sus anuales mistéricos de regeneración, que, a su vez, inicia o introduce a otros iniciados, tal y como asimismo comparecen otros “kouretes”, sátiros, silenos, bacos, ménades, coribantes, dáctilos. (Andrés Ortiz-Osés, Mitología cultural y memorias antropológicas, editorial Anthropos).

Entre los aborígenes australianos “la tradición de que en principio las mujeres poseían todos los cultos secretos y objetos sagrados, y que los hombres se los robaron más tarde, indica una ideología matriarcal” (M.Eliade, Nacimiento y Renacimiento, editorial Kairós, Barcelona)